También se llama «rosario» a la sarta de cuentas que se utiliza para rezar el rosario. Las cuentas están separadas cada diez por otras de distinto tamaño y la sarta está unida por sus dos extremos a una cruz.
En los orígenes del rosario católico se entrelazan tradiciones antiguas de la oración del Oriente y del Occidente cristianos.[2] El rosario tiene sus raíces en el siglo IX, cuando el modo de honrar a María (madre de Jesús) en Oriente comienza a ser conocido en Occidente.[2] Se trata de la repetición de aclamaciones y alabanzas que aparecen en el Evangelio de Lucas (el saludo del ángel Gabriel a María en Lucas 1, 26-28; y el saludo de Isabel a María en Lucas 1, 42) hasta conformar el avemaría junto con un rico conjunto de himnos y oraciones propias de las liturgias orientales. Entre las influencias más destacadas se encuentra la traducción al latín del Akáthistos a la madre de Dios, un himno de la liturgia oriental griega de finales del siglo VI que medita sobre el misterio de la maternidad divina de María.
André Duval citó a Thomas Esser,[3] quien refirió la existencia de un manuscrito de 1501 conservado en la biblioteca de Múnich, en el que se indica que el rosario tuvo su origen primero en la Orden de San Benito, y que posteriormente se consolidó por obra de la Orden de los Cartujos, y se expandió por acción de los dominicos.[2] En los monasterios se solían recitar los 150 salmos (el salterio de David, ya recitado por los judíos)[4] en el Breviario monástico, pero a los fieles o hermanos que no eran sacerdotes ni monjes, al no poder seguir esta devoción (porque en su mayoría no sabía leer) se les enseñó una práctica más sencilla: la de recitar 150 avemarías.[5] Esta devoción tomó el nombre de «Salterio de la Virgen».
La popularidad y desarrollo del rosario se produjo en el siglo XIII, durante la oposición al movimiento albigense o catarismo.