El arte gótico propiamente dicho coincide en el tiempo con la plenitud y la crisis de la Edad Media.
Si su predecesor, el arte románico, reflejaba una sociedad ruralizada de guerreros y campesinos, el gótico coincide con el resurgimiento de las ciudades, donde se desarrollaron la burguesía y las universidades, y con la aparición de nuevas órdenes religiosas (monásticas como los cistercienses y mendicantes como los franciscanos y los dominicos). También se acentuaron los conflictos y la disidencia (revueltas populares, herejías, desarrollo y crisis de la escolástica, Cisma de Occidente); culminando en los pavorosos espectáculos de la peste negra y la guerra de los Cien Años, un mundo tan cambiante que solo puede entenderse en términos de una mutación fundamental (para la historiografía materialista, la transición del feudalismo al capitalismo).
Frente a las iglesias y monasterios del románico, dicho esto de la forma general, el gótico eleva, como su obra arquitectónica emblemática, prodigiosas catedrales llenas de luz así como con una gran altura, siendo estas sus principales aportaciones técnicas, las cuales se encuentran justificadas en los escritos de Pseudo Dionisio Aeropagita, aunque también se desarrolló una importante arquitectura civil. Otra de sus características es que se comenzó a independizar a otras artes plásticas, como la pintura y escultura, de su subordinación al soporte arquitectónico.
No obstante, hay también muchos elementos de continuidad: este sigue siendo un arte predominante religioso; el monasterio como institución apenas varía excepto en detalles formales y de adaptación a nuevos requerimientos, pero su disposición no presentó variantes, y la planta de las iglesias, mayoritariamente catedrales, siguió siendo predominantemente de cruz latina con cabecera en ábside orientada al este, aunque se complique o varíe ( plantas basilicales, colocación del transepto en el centro, complicación de naves, capillas y girolas). Sin duda el principal elemento de continuidad es la concepción intemporal de la obra: en la mayor parte de las construcciones los estilos se suceden y funden al ritmo de los siglos, sabiendo los contemporáneos que hacen una obra que ellos no verían terminada, ni quizá sus hijos o nietos, sino que la construcción de estas edificaciones implica el trabajo varias generaciones. En muchas de ellas, incluso se pone en valor el atrevimiento por comenzar un desafío técnico o económico, a veces por rivalidad política, que cuando se inicia no se ha planificado en su totalidad el proyecto por lo que no se sabe cómo culminarlo, es el caso de las catedrales de Siena y de Florencia.