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Fumar tabaco

Fumar tabaco es la práctica de quemar tabaco e ingerir el humo que se produce. El humo puede inhalarse, como se hace con los cigarrillos, o simplemente liberarse de la boca, como generalmente se hace con las pipas y los puros. Se cree que la práctica comenzó en una época comprendida entre el 5000 y el 3000 a. C. en Mesoamérica y América del Sur.[1]​ El tabaco fue introducido en Eurasia a fines del siglo XVII por los colonizadores europeos, donde se expandió a lo largo de las rutas comerciales comunes. La práctica ha sido criticada desde su primera importación a Occidente, pero se introdujo en ciertos estratos de distintas sociedades antes de generalizarse su uso con la aparición de la maquinaria capaz de liar cigarrillos automáticamente en grandes cantidades.[2]​[3]​

Los científicos alemanes identificaron un vínculo entre el hábito de fumar y el cáncer de pulmón a finales de la década de 1920, lo que llevó a la primera campaña antitabaco en la historia moderna, aunque quedó truncada por el colapso de la Alemania nazi al final de la Segunda Guerra Mundial.[4]​ En 1950, los investigadores británicos demostraron una relación inequívoca entre el hábito de fumar y el cáncer.[5]​ La evidencia continuó aumentando en la década de 1980, lo que provocó una acción política contra la práctica de fumar. Las tasas de consumo desde 1965 en los países desarrollados han rebasado su punto máximo y han comenzado a disminuir.[6]​ Sin embargo, continúan creciendo en los países en vías de desarrollo.[7]​

Fumar es el método más común para consumir tabaco, y el tabaco es la sustancia más común utilizada para fumar. El producto agrícola a menudo se mezcla con aditivos[8]​ y luego se hace arder. El humo resultante se inhala y las sustancias activas se absorben a través de los alvéolos pulmonares o la mucosa bucal.[9]​ La combustión se ha mejorado tradicionalmente mediante la adición de potasio o nitrato.[10]​ Muchas sustancias en el humo del cigarrillo desencadenan reacciones químicas en las terminaciones nerviosas, lo que aumenta la frecuencia cardíaca, el estado de alerta[11]​ y acorta el tiempo de reacción, entre otros efectos. Se liberan[12]​ dopamina y endorfinas, que a menudo se asocian con el placer.[13]​ Entre 2008 y 2010, aproximadamente el 49% de los hombres y el 11% de las mujeres de 15 años o más en catorce países con rentas medias o bajas (Bangladés, Brasil, China, Egipto, India, México, Filipinas, Polonia, Rusia, Tailandia, Turquía, Ucrania, Uruguay y Vietnam) eran fumadores, con aproximadamente un 80% de incidencia de tabaquismo.[14]​ La brecha de género tiende a ser menos pronunciada en los grupos de menor edad.[15]​[16]​

Muchos fumadores se inician en el hábito de consumir tabaco a lo largo de la adolescencia o al comienzo de la edad adulta.[17]​ Durante las primeras etapas, una combinación del placer percibido que actúa como reforzamiento, y el deseo de responder a la presión social puede compensar los síntomas desagradables del uso inicial, que generalmente incluyen náuseas y tos. Después de que un individuo ha fumado durante algunos años, evitar los síntomas de la abstinencia de la nicotina y el refuerzo negativo del hábito se convierten en las motivaciones clave para continuar.

Un estudio de las primeras experiencias de fumar de los alumnos de séptimo grado (entre 12 y 13 años) descubrió que el factor más común que lleva a los estudiantes a fumar es la publicidad de los cigarrillos. Que los padres, hermanos y amigos sean fumadores también anima a los estudiantes a fumar.[18]​

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