La aviación de reacción supuso una revolución en la aeronáutica tan grande como la invención del propio avión al permitir vuelos de mayor altitud y, por tanto, mayor autonomía, abrir la puerta a la aviación supersónica e hipersónica, permitían aumentar la potencia con el aumento de la velocidad, desarrollar las rutas intercontinentales sin escalas o una nueva generación de cazas, entre otras.
Como se ha dicho la aviación de reacción se basa casi por entero en el motor de reacción. Los principios de la reacción se conocían desde mucho antes de aparecer los primeros prototipos alemanes; lo que faltaba era la técnica metalúrgica que permitiera disponer de una aleación capaz de aguantar las temperaturas a las que salen los gases y los distintos tipos de corrosión que sufren las toberas.
Los alemanes y estadounidenses primero y el resto de países desarrollados después, trabajaban ya antes de la Segunda Guerra Mundial en la tecnología de reacción y en aleaciones con el punto de fusión lo suficientemente elevado como para poderlas utilizar. Se iniciaron varios proyectos, como el Heinkel He 178 o el Bell P59A. Pese a los esfuerzos de ambos bandos, no lograron disponer de los primeros aviones realmente operativos hasta casi el final de la guerra, cuando el He 178 ya alcanzaba los 450 km/h en combate. Los británicos introdujeron el Gloster Meteor, y los alemanes el Messerschmitt Me 262 en 1944, los estadounidenses el P-80 Shooting star y el Nakajima J9Y japonés, derivado del Me 262 un año más tarde, junto a otros posteriores como el Heinkel He 162.
Las ventajas de estos aparatos sobre los convencionales eran numerosas y gracias a ellas lograron abatir una proporción de adversarios superior a modelos anteriores. Sin embargo contaban con la desventaja de ser muy lentos en el aterrizaje y despegue, por lo que los aliados empleaban su inmensa superioridad aérea dando vuelta sobre las bases aéreas de las Luftwaffe, aguardando la aparición de un caza o bombardero para destruirlo.
Aunque un poco más tarde, la industria también vio las ventajas de los nuevos motores para los aviones comerciales y de carga.
El primer avión comercial con motores de reacción fue el De Havilland Comet que en mayo de 1952 realizó el vuelo Londres - Johannesburgo en 24 horas y con cinco escalas provocando una conmoción no igualada hasta la entrada en servicio de Concorde. El Comet resultó un aparato extraordinariamente avanzado para su época, tanto que sus competidores no sabían exactamente cómo competir con él.